¿Adiós a los Mercados Emergentes?

Keyword: 
Politics
Topic: 
Financial Economics
Macroeconomics - Economic growth - Monetary Policy

La incertidumbre económica por razones electorales ya no es monopolio de los países emergentes: mientras que muchos de éstos la han superado, es cada vez más común entre los países de la OCDE.

Mercados emergentes

El entusiasmo por los emergentes parece haberse enfriado. De repente, a lo largo del 2013 y ahora en el 2014, los inversores parecen haber (re)descubierto que todo lo que brilla en los mercados emergentes no es oro. La ola de protestas, de Brasil hasta Turquía, pasando por Perú o Rusia, recordó a los neófitos que estos mercados son ante todo… emergentes, es decir economías altamente expuestas a brotes sociales masivos e infartos políticos repentinos. Los acontecimientos políticos en Egipto y en Siria lo han hecho evidente de manera trágica. Durante 2014, la crisis política en Ucrania, el caos económico en Argentina y las manifestaciones en Venezuela han acompañado el desplome de las divisas de estos y otros países emergentes desde Turquía hasta África del Sur, recordándonos, si fuera necesario, los riesgos que conllevan estos mercados.

De hecho uno podría definir una economía emergente precisamente como un país en el cual los ciclos políticos y sociales tienen impactos de gran calado en los ciclos económicos y financieros. Como lo hemos apuntado en el libro Banking on Democracy: Financial Markets and Elections in Emerging Countires, las últimas tres décadas han sido marcadas en estos países por una multitud de crisis financieras masivas, cuyos desencadenantes tenían (casi) siempre ingredientes políticos. El paradigma de ello, durante muchos años, era México, una economía sometida a crisis financieras y económicas cada seis años. Esta puntualidad metonímica marcaba la vida del país: todos los sexenios, conforme los votantes iban a las urnas se desataban turbulencias financieras, desplomes de las bolsas y, a veces, crisis globales, como la inaugurada por México en 1982, año electoral. De nuevo, en 1994 se repetiría el patrón con el famoso “tequilazo”, como había ocurrido en 1988, todos ellos también años electorales.

Este fenómeno no ha sido específico a México: la gran crisis brasileña del 2002 o la argentina del 2001 se desataron también en años electorales. Tampoco ha sido exclusivo de América Latina: en Turquía, Rusia, Corea o Indonesia, las crisis financieras tuvieron ingredientes, causas y efectos políticos. Los disturbios del 2013 en las calles turcas, brasileñas, peruanas o egipcias, tienen ecos en las bolsas locales y atizan las preocupaciones de los inversores, tanto locales como internacionales. Las “primaveras” árabes que han recorrido toda África del Norte y Medio Oriente entre 2010 y 2014, recuerdan hasta qué punto los mercados de “frontera” siguen siendo nitroglicerina financiera: inestables y (a veces) altamente explosivos. Igualmente, las expropiaciones y nacionalizaciones sufridas por algunas multinacionales españolas (y de otros países) en Argentina, Venezuela o Bolivia, en los últimos años, también son una llamada de atención: el riesgo político no es una ficción remota en los emergentes.

Sin embargo algo cambió en la década pasada. Los vientos nuevos se llevaron con ellos algo del fuerte olor a azufre de estas economías. En el año 2000, algo inédito ocurrió en México: por primera vez el ciclo político se desacopló del ciclo financiero. Dicho de otra manera, por primera vez después de setenta años hubo alternancia política con la llegada al poder de un nuevo partido pero, a diferencia de muchos sexenios anteriores, tal cosa no provocó un infarto en los mercados. Las siguientes elecciones celebradas en México confirmarían la tendencia: los ciclos políticos en este país dejaron de ser motivos de crisis financieras y económicas. La elección y la llegada al poder del actual presidente, Enrique Peña-Nieto, en julio del 2012, no causó ningún revuelo bursátil. México no ha sido un caso aislado, al contrario. Unos años antes, la re-elección de Lula en Brasil, en octubre del 2006, también sancionó un desacople de los ciclos electorales y financieros. Qué diferencia con lo ocurrido solo cuatro años antes, con el mismo candidato. En América Latina, el precursor de estos desacoples fue Chile, donde desde la década de los noventa, las elecciones presidenciales no son motivo de turbulencias en las mercados. Chile tuvo de nuevo una elección presidencial y un relevo de gobierno (en noviembre del 2013 y marzo de 2014, respectivamente), que no generaron disrupción alguna en el ambiente financiero o económico. Es de apostar que será lo mismo en las elecciones presidenciales de mayo en Colombia y de Brasil en octubre. En otros países, sin embargo, azotados por fragilidades económicas, las elecciones son motivo de nerviosismo por parte de los mercados, como el caso de Tailandia o de Turquía en los primeros meses de 2014. Aunque las próximas elecciones en Argentina serán en 2015, ya el ciclo político está haciendo su labor de desgaste.

Si bien puntualmente las bolsas se dan todavía algún susto electoral, como ocurrió en julio del 2011 en Perú con la llegada al poder de Ollanta Humala, lo llamativo de esta última década es cómo algunos de los emergentes han deshecho esa maldición política, desenganchando los movimientos bursátiles abruptos de los procesos electorales. De ahí que podamos pensar que algunos de ellos sean cada vez menos “emergentes”, y se estén “normalizando.” Y aquí viene la otra gran paradoja de esta nueva década: mientras Brasil, México, Rusia y Corea desacoplaron sus ciclos, en los países OCDE, y en Europa en particular, cada vez más las variables políticas interfieren con las variables financieras. La crisis europea se abre de hecho con las elecciones del 2010 en Grecia y la llegada del PASOK al poder. Luego, cada elección en un país europeo bajo sospecha, la dimisión de algún ministro relevante o la quiebra de una coalición (e incluso las reuniones burocráticas en Bruselas), ha sido una ocasión para disparar las primas de riesgo, provocar rebajas de ratings o caídas contundentes de las bolsas. Lo mismo ocurrió en EEUU: la quiebra de Lehman Brothers y la crisis financiera de 2008 estallaron en medio de la campaña electoral para las elecciones de noviembre. Y los posteriores temores de incumplimiento de la deuda pública han sido por supuesto fenómenos eminentemente políticos.

Estamos así ante una doble paradoja: mientras los emergentes se gradúan – con grados de inversión y desacoples entre ciclos políticos y ciclos financieros – otros países de la OCDE experimentan el movimiento contrario – rebajas de ratings y pérdidas del “triple A”, movimientos abruptos en las primas de riesgo y en las bolsas, todo ello en función de las incertidumbres amplificadas por la política. La quiebra del gobierno en Bélgica u Holanda, las elecciones en Italia o la dimisión de un ministro en Portugal, todos estos eventos políticos tienen ahora ecos a veces múltiples en los mercados financieros. La elección presidencial francesa del 2012, con la llegada de un socialista al poder después de 20 años, provocó así nerviosismo en todas las bolsas europeas, tensando las primas de riesgo en Grecia y los demás periféricos, demostrando si fuera necesario que (casi) ningún país europeo es ahora inmune.

Las fronteras entre las categorías “países emergentes” y “países OCDE” se han borrado. Cada vez más países emergentes son miembros de la OCDE (por ejemplo, Chile e Israel se unieron al grupo en el 2010). Algunos incluso (como Singapur) se incorporaron al muy selecto club de los países “triple A” mientras la mayoría de los europeos perdía la calificación. ¿Llegó la hora de decirle adiós a los emergentes como categoría cómoda y lectura fácil de un mundo que ya es historia y del siglo pasado? En cualquier caso las crisis políticas en Ucrania y Tailandia en enero 2014 nos recuerdan que no todo lo que brilla bajo el sol de los emergentes es oro. En todas las regiones conviene diferenciar países que, por muy vecinos que sean, poco tienen ya que ver uno con otro en términos de riesgos (y oportunidades) relativas como lo muestran Chile o Argentina (o Colombia y Venezuela), tan cerca uno del otro, y tan alejados en términos de desempeños económicos y políticos. Uno (Chile) se arrimó a la OCDE y desacopló los ciclos políticos y financieros (Colombia sigue el mismo camino), en este sentido ha dicho adiós al mundo de los emergentes tal y como lo conocíamos el siglo pasado. El otro (Argentina y también Venezuela) sigue repitiendo una historia ya conocida y nos recuerda que no sólo hay milagros en las trayectorias de los emergentes.

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