Neurociencia, ética y pobreza (Primera parte)
Este post apareció originalmente en el blog Primeros Pasos – Blog del BID sobre Primera Infancia, el 27 de Enero del 2020.
Esta es la primera mitad de una serie de dos artículos de Martha Farah sobre neurociencia ética y pobreza en relación con el desarrollo infantil.
En epidemiología, una de las relaciones más fuertemente documentada es la que existe entre el estatus socioeconómico de una persona y su riesgo de padecer trastornos de ansiedad y estado de ánimo. En el campo de la psicometría, se identifica una relación igualmente sólida entre el estatus socioeconómico y la capacidad cognitiva (medida por el coeficiente intelectual y otras pruebas estandarizadas). El estatus socioeconómico predice varios resultados de la calidad de vida y muchos de ellos, como el bienestar emocional y la inteligencia, están relacionados con la función cerebral. Por esta razón, muchos neurocientíficos han centrado su atención en el estatus socioeconómico y, particularmente, en el extremo del espectro del estatus socioeconómico que padece más privaciones materiales: la pobreza.
La neurociencia del estatus socioeconómico es un área de estudio reciente (¡Incluso más reciente que la neuroética!), pero ha venido creciendo rápidamente, como lo muestra la Figura 1. En este artículo me centraré no en la neurociencia del estatus socioeconómico sino en la neuroética del mismo. En particular, me concentraré en la neuroética de la pobreza, que fue el tema de una reunión fascinante a la que asistí en el Medical College of Wisconsin, organizada por el especialista en neuroética Fabrice Jotterand. El título de la reunión fue “Este es tu cerebro en situación de pobreza” y la misma contó con la presencia de personas de diferentes disciplinas que luchan contra la pobreza: médicos, científicos, especialistas en bioética, educadores, trabajadores sociales y miembros del clero.
Figura 1: El estatus socioeconómico y el cerebro
La neurociencia de la pobreza y la neuroética
En la reunión surgió la siguiente pregunta: ¿Cómo debemos abordar el problema de la pobreza y, más específicamente, es posible usar la neurociencia para abordar el problema de la pobreza sin perjudicar aún más a las personas a las que esperamos entender y ayudar? Dicho sin rodeos, ¿la neurociencia de la pobreza va contra la ética?
La neurociencia en sí simplemente describe hechos y prueba hipótesis, por lo que, a primera vista, es éticamente neutral. Por ejemplo, Noble et al. (2015) descubrieron que los ingresos familiares están asociados con la superficie de la corteza cerebral de los niños y que la superficie de la corteza cerebral de los niños más ricos es más extensa, en especial en las áreas que aparecen en amarillo en la figura 2 abajo. Sin embargo, este tipo de hallazgo evoca imágenes, asociaciones y connotaciones que pueden afectar nuestra actitud hacia los pobres y, consecuentemente, hasta pueden influir en cómo actuamos frente a ellos.
Figura 2. Los ingresos familiares y la superficie de la corteza cerebral (Imagen cortesía de Martha Farah)
[Texto de la figura:b Izq.; Der. 0,05;10-5 Valores P corregidos por Tasa de Falsos Descubrimientos]
Referencias
- Farah, M. J. (2018). Socioeconomic status and the brain: prospects for neuroscience-informed policy. Nature Reviews Neuroscience, julio, 428-438.
