Apostar por los niños para romper el círculo vicioso de la pobreza
Este post apareció originalmente en el blog Primeros Pasos – Blog del BID sobre Primera Infancia, el 30 de Mayo del 2017.
América Latina y el Caribe es la región del mundo con más desigualdades económicas. Para reducir esa brecha los diferentes Gobiernos han articulado desde hace décadas programas que buscan mejorar la situación de las poblaciones más desfavorecidas. Pero hace 20 años hubo un cambio radical en la forma de afrontar esa realidad. ¿Y si en vez de subvencionar determinados productos como la leche, las tortillas o el pan se diera el dinero directamente a las familias?
Con esa idea se pasó a entregar ese ingreso a las mujeres, que son las que prioritariamente toman las decisiones que afectan a sus hijos y a la economía doméstica. Pero se puso una condición para recibirlo: que se cumplieran unas obligaciones que incidían directamente en el capital humano de dichas familias, en particular en la salud, la nutrición y la educación de los niños.
Los problemas económicos de las familias más pobres hacen que los niños abandonen la escuela para empezar a trabajar y así generar ingresos que ayuden a paliar las dificultades. Pero ello les priva de las habilidades y la formación necesarias para ser competitivos en el mercado laboral y se quedan atrapados en trabajos arriesgados y mal remunerados. Para romper este círculo vicioso se promocionaban actividades como la asistencia a las escuelas y a los controles de salud: niños más sanos y mejor formados serían más competitivos y tendrían mayor éxito en el mercado laboral, aumentando así las probabilidades de que sus familias salieran de la pobreza.
Con este objetivo nacieron los Programas de Transferencias Monetarias Condicionadas que, tras aplicarse inicialmente en México y Brasil, se han expandido por toda la región de América Latina y el Caribe, donde actualmente benefician a más de 30 millones de familias, así como por África, Asia y Oriente Medio.
El legado de las transferencias condicionadas
El impacto de las transferencias condicionadas en las familias ha sido muy positivo. Un claro ejemplo de ello es el Programa Bono Vida Mejor que se aplica desde el año 2010 en Honduras con apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y que ha mostrado resultados muy optimistas, en un contexto que requiere con urgencia políticas sociales efectivas que ayuden a las familias más pobres. Un estudio realizado recientemente demostró que, a raíz del programa,
1. La intensidad de la pobreza que alguna vez experimentaron las familias beneficiarias, disminuyó.
2. La capacidad de consumir alimentos de mayor calidad y variedad y conseguir útiles escolares y uniformes, aumentó.
3. El número de niños matriculados y con mayor asistencia escolar creció. Un logro que destacó en este sentido fue la caída en la deserción escolar en periodos de transición (de sexto a séptimo grado, cuando normalmente hay altas tasas de abandono de los estudios).
4. Los controles de salud y de las curvas de peso y crecimiento de los niños menores de 3 años se acrecentaron.
En el caso del programa hondureño, un estudio complementario realizado por el equipo del BID encontró, además, interesantes efectos indirectos en los niños de 0 a 5 años cuyos hermanos mayores fueron beneficiarios del Bono. En especial, los resultados fueron más positivos en aquellos niños con hermanos en tercero, cuarto o quinto de primaria. Si bien el Programa no establece para los menores de 5 años la obligación de ir al colegio por no tener todavía la edad necesaria, el informe presenta evidencia de que sus habilidades en comunicación y en resolución de problemas mejoran: cuando sus hermanos van más a la escuela, trabajan menos y se fortalecen los lazos y relaciones en la familia. Hay más y mejores interacciones entre hermanos, lo que muestra que los hermanos mayores con mayor escolaridad (y en consecuencia, probablemente, con un vocabulario más rico y complejo) pueden llegar a ser los mejores profesores para los más pequeños.
Por otra parte, al ser las madres quienes reciben las transferencias y representan a sus hogares, la mujer ha cobrado un mayor protagonismo, ganando un papel más relevante en la toma de decisiones en el hogar. Por último, los adultos de los hogares beneficiarios no han reducido su participación en el mercado de trabajo, que ha sido un importante elemento de cautela y preocupación en todos los programas de transferencias condicionadas.
Estos efectos directos e indirectos ponen de manifiesto que, veinte años después de su primera aplicación, los Programas de Transferencias Condicionadas siguen siendo un instrumento válido para combatir la pobreza a través de inversiones en la salud, la nutrición y el desarrollo infantil.