GDP: A Brief but Affectionate History

Topic: 
Macroeconomics - Economic growth - Monetary Policy
Year: 
2014
Review by: 
Eduardo Lora
Author(s): 
Diane Coyle
Publisher: 
Princeton University Press
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Cuánto creció o dejó de crecer el PIB puede decidir una elección o el futuro de un partido político. Aunque en París todo se paraliza durante el verano, la última semana de este agosto se removieron las estructuras políticas cuando se supo que el crecimiento en el segundo trimestre de 2014 había sido, nuevamente, cero. La popularidad de Hollande cayó al 17% y tuvo que disolver el gobierno.

Es paradójico, porque el PIB es una construcción artificial, no un fenómeno real que esté esperando a ser medido, como la temperatura o la velocidad de las cosas al caer. La tasa de crecimiento puede resultar muy diferente si se excluye el gobierno (que está incluido aunque no es una actividad de mercado) o si se tienen en cuenta los servicios del hogar que los individuos prestan a sí mismos y a sus familias (que no se incluyen). Igual puede ocurrir si se considera que los gastos de investigación y desarrollo de las firmas son inversión, en vez de consumo intermedio, como hacen casi todos los países (excepto Estados Unidos). O si se descuenta la depreciación del capital físico y natural, y así sucesivamente.

Es sorprendente que algo tan recóndito y aburrido, que tan poca gente domina, pueda desatar tantas emociones e influir tanto en el debate político. Ése es el PIB, cuya historia es narrada en forma “breve pero afectuosa” en este nuevo libro de Diane Coyle, una economista inglesa doctorada de Harvard, con una rica experiencia en el gobierno inglés, en la BBC y en varios periódicos.

El PIB fue inventado en la época de la producción en masa de productos poco diferenciados, cuyos precios y cantidades pueden medirse fácilmente. A pesar de los muchos refinamientos que ha tenido, no es adecuado para medir la actividad económica de los servicios intangibles ni de los bienes con alta diferenciación. ¿Cómo separar el precio y la cantidad en los servicios de salud, la educación o las actividades artísticas? ¿Cómo comparar el iPad o el computador en que usted está leyendo esta reseña con la revista de hace dos décadas, o con la máquina de escribir, o con la regla de cálculo, o con las tres cosas a la vez? ¿Cómo medir el aporte directo al PIB de los servicios gratuitos, es decir sin precio, como Google o Skype?

Todo estudiante de economía tiene que estudiar cuentas nacionales, y lo más probable es que se haga preguntas como estas (y que su profesor no sepa cómo responder). Este libro debería ser una lectura obligatoria para ambos. Puede ser un complemento informativo y entretenido a los textos áridos de esa materia. Puede servir para poner en contexto los conceptos y entender sus limitaciones actuales. También ayudará a apreciar conceptos alternativos para medir el bienestar, como el Índice de Desarrollo Humano.

Es desafortunado que la autora muestre tan poca simpatía por las mediciones del bienestar subjetivo (que ya son parte de las estadísticas oficiales en el Reino Unido). El libro reconoce que las cuentas nacionales se han vuelto excesivamente contorsionadas y complejas y que nadie le pone atención a las cuentas satélites y a otros refinamientos innecesarios que absorben los escasos recursos de los institutos de estadística. Sin embargo, en lugar de proponer una estrategia para simplificar y concentrarse en medir mejor lo que es relevante medir, considera que ésa es una razón para abandonar los esfuerzos de medir la felicidad (cosa que puede hacerse con unas pocas preguntas sencillas en una encuesta de hogares). Medir la felicidad no ayudará a precisar si la actividad económica subió o bajó en el último trimestre, pero sí puede arrojar luz sobre el valor de muchas cosas que no tienen precio, incluyendo los bienes públicos, el capital social o las instituciones. También puede ayudar a relativizar el crecimiento y a tomar distancia con los arrebatos políticos como el de París 2014.

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