The Tyranny of Experts: Economists, Dictators, and the Forgotten Rights of the Poor


Las iconoclastas ideas de William Easterly sobre la (in)eficacia de las políticas de desarrollo han hecho pensar a mucha gente. Su primer libro, “The Elusive Quest for Growth: Economists' Adventures and Misadventures in the Tropics”, fue interpretado como un acto de rebeldía contra el Banco Mundial por parte de un funcionario un poco díscolo. Le costó el empleo pero lo hizo protagonista del debate público sobre la utilidad de las recomendaciones de los organismos internacionales y de la comunidad de expertos del desarrollo.
“The Tyranny of Experts” es más ambicioso y más provocador aún que sus libros anteriores. Toda tiranía es la violación de un derecho. La nueva preocupación de Easterly no es tanto si las políticas y programas de desarrollo funcionan o no, sino más bien si son una excusa aparentemente benevolente para violar los derechos de los pobres. Con la justificación de que habrá más inversión, más empleo, o más crecimiento económico que a la larga (supuestamente) beneficiará a los pobres, los expertos (y las entidades en que trabajan) suelen estar dispuestos a apoyar gobiernos autoritarios que niegan las libertades políticas y económicas más elementales a los pobres.
El posible conflicto entre políticas de desarrollo y derechos humanos es un debate aplazado, que solo ahora está empezando a darse. Por desgracia, las políticas de desarrollo desde Gunnar Myrdal hasta Jeffrey Sachs (a quien el autor no menciona) han sido de corte autoritario y han dado la espalda a este debate. Los expertos pretenden saber mejor que los pobres qué es lo que los conviene a éstos y, con notables excepciones como Albert Hirschman, consideran que los derechos humanos son un lujo al que los pobres accederán cuando hayan dejado de serlo.
Esta posición no sólo es moralmente indefensible, según Easterly, sino que además es contradictoria: el desarrollo sólo es posible cuando descansa en instituciones económicas y políticas incluyentes que permiten a los individuos desplegar su iniciativa y apropiarse de los beneficios de sus esfuerzos, como lo han argumentado Daron Acemoglu y James Robinson.
Para desarrollar sus argumentos Easterly nos lleva a los sitios y momentos más diversos, desde Ghana y Etiopía, hasta China y Corea, pasando por Colombia. La historia sobre el autoritarismo tecnocrático en Colombia empieza el 9 de abril de 1948, el mismo día del Bogotazo, cuando John McCloy, primer presidente del Banco Mundial, se reúne con el presidente Mariano Ospina Pérez para acordar los términos de la “misión” (con su connotación salvadora) que definiría cómo sacar a Colombia del subdesarrollo, y que sería implementada en las décadas siguientes ignorando olímpicamente el autoritarismo del partido conservador y la violencia política que desangró al país.
A lo largo del libro las historias de estos y otros lugares se entrecruzan, en un despliegue de técnica narrativa más propia de un novelista moderno que de un autor de artículos académicos. Paradójicamente, los episodios más ricos en detalles y más reveladoras del potencial innovador de los pobres (cuando se respetan sus derechos) ocurren no en África ni en Asia, sino en el corazón de Nueva York. Más exactamente en la zona que hoy es Soho, desde cuando era un sitio de comercio de esclavos en el siglo XVII, más tarde distrito de prostitución, luego centro de confecciones, y finalmente elegante barrio de galerías.
Si usted es un economista convencido de la utilidad y la solidez técnica de nuestra disciplina, este libro lo obligará a reconocer que nuestra ingenuidad tecnocrática fácilmente queda al servicio de los corruptos y los explotadores. Esto no significa que sea una disciplina socialmente inútil, sino que es iluso pensar que pueda ser efectiva en manos de gobiernos autoritarios.