Mejores herramientas para que los niños pobres elijan su educación
Tarde o temprano, todos los adolescentes piensan en lo que quieren ser cuando crezcan. Es un momento decisivo para su noción de sí mismos y de su futuro, y está íntimamente relacionado con su capacidad de conseguir lo que quieren de la vida. ¿Seré taxista o carpintero? ¿Oficinista o cajero? ¿O es igual de fácil ser contador, arquitecto o ingeniero?
Para los jóvenes de clase media o con dinero, estas preguntas pueden ser más fáciles de responder ya que están rodeados de adultos que tienen mejor información sobre las profesiones. También tienen acceso a herramientas que los ayudan a entender la forma en que sus aptitudes se alinean con sus aspiraciones. Los niños pobres, en cambio, tienen menos información de su entorno y menos recursos, lo que reduce su “ventana de aspiraciones”. El hijo de un carpintero, por ejemplo, podría querer seguir el camino de su padre. Pero en cambio podría convertirse en un exitoso médico si estuviera más consciente de sus habilidades y su potencial.
Este es el desafío. Si los gobiernos quieren combatir la desigualdad en serio, deberían poner un énfasis especial en las desigualdades que limitan las elecciones y la inversión en la educación de los niños. Si, además de las limitaciones financieras y de crédito que enfrentan, los niños pobres también están en desventaja cuando intentan descubrir cuáles son sus talentos y cómo invertir en ellos, salir de la pobreza se vuelve más difícil.
El proceso de postularse a los dos últimos años de la escuela secundaria pública en Ciudad de México nos dio a Matteo Bobba y a mí una oportunidad de estudiar el impacto de las percepciones sesgadas de los adolescentes respecto a sus propias habilidades sobre sus opciones educativas. El sistema de educación secundaria pública en el Distrito Federal está dividido en tres orientaciones: general, técnica y vocacional. El ingreso a la orientación general suele ser el camino para seguir estudiando en la universidad y avanzar hacia una profesión. Los estudiantes que se postulan para la escuela secundaria enumeran hasta 20 preferencias, distribuidas entre las tres orientaciones, antes de rendir una prueba que, junto con sus elecciones, determina dónde serán ubicados.
Al analizar la ronda previa del proceso, notamos que los estudiantes pobres parecían estar en desventaja. Si comparábamos dos estudiantes con el mismo puntaje en la prueba pero provenientes de distintos estratos socioeconómicos, el adolescente pobre sistemáticamente se postulaba a menos opciones académicas. Mientras esto podría indicar distintas preferencias educativas, sospechamos que parte del problema tenía que ver con poseer información limitada sobre su potencial. Sin acceso a cursos de preparación y a tutores como sus pares con más dinero, podrían haber tenido menos noción de cuán bien les podía ir en el examen, y poca idea de qué escuelas estaban a su alcance.
Decidimos realizar un experimento que redujera esa brecha de información al tomar un examen de ensayo semejante al real en 90 escuelas intermedias en vecindarios pobres. Luego les hicimos comentarios sobre los resultados a los estudiantes, con la esperanza de que adquirieran una noción más sólida de su capacidad de tener un buen rendimiento en el examen real y una mejor idea de las instituciones educativas que se relacionaban con sus habilidades. Por un lado, esperábamos que los niños que subestimaban sus destrezas académicas pero tenían buenas habilidades terminaran en la orientación académica, camino a la universidad. Por otro lado, queríamos ayudar a los estudiantes que sobreestimaban sus habilidades y apuntaban a una carrera académica, cuando en cambio les convenía elegir una institución vocacional o técnica.
Nuestro presentimiento sobre el valor del experimento pareció ser acertado. Tomar el examen de prueba antes de que los estudiantes eligieran su institución educativa parece haberlos ayudado a tomar mejores decisiones. Los estudiantes no cambiaron la cantidad de instituciones a las que se postularon como resultado del examen. Pero, en promedio, cambiaron una opción, ya fuera modificando sus preferencias al sustituir una institución académica por una técnica o vocacional, o viceversa.
A largo plazo, eso es significativo. Alinear mejor las habilidades académicas con las elecciones curriculares mejora la satisfacción de los estudiantes y reduce la frustración, lo que potencialmente puede llevar a menores tasas de deserción escolar. Puede fomentar un uso más eficiente de recursos por parte de estudiantes, familias y el sistema escolar. Y podría llevar a salarios más altos y a una mayor productividad para la sociedad en su conjunto, si la gente concentra sus esfuerzos en áreas donde tiene más posibilidad de tener éxito.
Por supuesto, nada de esto revierte las desventajas que experimentan los niños en vecindarios pobres. Los jóvenes de hogares empobrecidos, con padres menos educados y escuelas primarias e intermedias de bajo nivel, sufren desventajas que hacen más difícil que manifiesten sus habilidades innatas a los 15 o 16 años, más allá de cualquier esfuerzo para medir esas habilidades con precisión en los últimos años antes de la universidad. Hacer frente a eso excede el alcance de un esfuerzo individual. Se trata de una reforma educativa, social y económica a gran escala. Sin embargo, los resultados de nuestra intervención muestran que reducir la brecha de información de los estudiantes pobres y ayudarlos a reconocer sus habilidades contribuye a una sociedad más justa. Avanzar en esa dirección puede llevar a grandes beneficios que esperamos medir mientras hacemos un seguimiento de estos chicos a lo largo del tiempo.
Publicado inicialmente en el blog Ideas que Cuentan, el 25 de Noviembre, 2016.
