Trayectorias hacia la formalización y el trabajo decente de los jóvenes en Argentina
En Argentina, la desaceleración económica de los últimos años interrumpió los progresos conseguidos en el mercado laboral y en algunos casos, los revirtió. Entre 2011 y 2017 la tasa de desempleo juvenil aumentó del 18% al 24% mientras que la de los adultos lo hizo del 5% a casi 7%. Además el porcentaje de asalariados jóvenes no registrados se incrementó del 51% al 57% entre 2013 y 2017, pero no se observaron cambios significativos entre los adultos.
El sistema educativo y el mercado de trabajo son dos canales principales para la inclusión social juvenil. Sin embargo, la proporción de los que no estudian ni trabajan creció del 21% en 2011 al 25% en 2017 entre los jóvenes mientras que se mantuvo estable en un valor del 11% en el caso de los adolescentes (Gráfico 1). Además la composición de los jóvenes en esta situación es principalmente femenina (71% en 2017) y más de la mitad de las mujeres que no estudian ni trabajan se dedicaban a tareas de cuidado en 2013.
En 2015 la gran mayoría que no estudiaba ni trabajaba tampoco recibía capacitación laboral. Estos hallazgos son preocupantes ya que este indicador podría estar vinculado estrechamente con el riesgo de marginación a largo plazo del mercado laboral y con la exclusión social. Asimismo, la Encuesta Nacional de Protección y Seguridad Social de 2015 muestra que las principales razones de la inasistencia a un establecimiento educativo entre los jóvenes de este grupo son la maternidad o paternidad (y, por tanto, el peso de las tareas de cuidado que implican), la falta de recursos económicos y la falta de motivación para continuar los estudios.
Los períodos breves repetidos o largos sin asistir a un establecimiento educativo y sin un trabajo remunerado entre los jóvenes pueden ser perjudiciales para las perspectivas profesionales futuras (OCDE, CEPAL y CAF, 2017). En 2016 el 47% de los jóvenes que no estudian ni trabajan permanecen en esa situación en el trimestre siguiente.
Por otra parte, los jóvenes se enfrentan actualmente a nuevos desafíos en el mercado de trabajo como resultado de los constantes avances tecnológicos y la transformación digital. Si bien el impacto de la tecnología en términos de creación y destrucción de empleos es aún incierto, generará un cambio en el tipo de tareas laborales. En comparación con los adultos, las ocupaciones en las que se desempeñan los jóvenes argentinos involucran con menor intensidad la realización de tareas no rutinarias cognitivas e interactivas menos susceptibles de automatización (Gráfico 2).
En este contexto, resulta clave la inmediata intervención y la definición de estrategias principalmente respecto de una situación potencial de desempleo tecnológico. En Argentina la proporción de empleos que pueden potencialmente automatizarse asciende a poco más del 60% según estimaciones del Banco Mundial (2016). También es posible que las generaciones de trabajadores más jóvenes tengan mayor capacidad de adaptarse al cambio tecnológico y que, por el contrario, las más adultas enfrenten mayor dificultad de redefinir las tareas que desarrollan en sus ocupaciones, constituyéndose en una población más expuesta al riesgo de desempleo tecnológico (Apella y Zunino, 2017). A partir de los datos de la Encuesta Nacional de Tecnologías de la Información y de la Comunicación (ENTIC) del 2011 se observó que un porcentaje más alto de jóvenes que de adultos utiliza computadoras o internet. Además, los jóvenes que utilizan estas TICs presentan una mayor participación en empleos de calidad en relación con los que no lo hacen.
Por otra parte, algunas de las principales barreras que enfrentan las jóvenes al momento de realizar una trayectoria laboral exitosa hacia un trabajo decente son la deserción escolar, las tareas de cuidados y las inserciones laborales precarias. Los adolescentes de 16 a 17 años representan un grupo especialmente vulnerable por encontrarse en edad de finalizar la educación obligatoria. Los resultados obtenidos a partir de los datos del Módulo de Actividad de Niñas, Niños y Adolescentes (MANNyA) del 2012 muestran una relación negativa entre el trabajo adolescente y su rendimiento educativo o asistencia a la enseñanza obligatoria. La proporción de adolescentes que no comenzaron el secundario entre los que trabajan supera en más del triple la correspondiente a los que no realizan actividades laborales. Asimismo, según los datos de la Encuesta Nacional de Protección y Seguridad Social (ENAPROSS) del 2015, el 32% de los jóvenes que repitieron algún grado o año de la primaria o secundaria comenzó a trabajar antes de los 18 años, sólo un 20% de aquellos sin problemas de repitencia escolar ingresó al trabajo antes de esa edad. Si bien la tasa de deserción escolar se mantuvo en niveles relativamente elevados en 2017, mostró una fuerte tendencia decreciente durante 2003-2016, principalmente entre los jóvenes pertenecientes al estrato más bajo de ingresos (de casi el 49% al 30%). Por último, los principales déficit de trabajo decente entre los jóvenes fueron, en orden de importancia, los relacionados con la falta de protección social (56% en 2017), la inestabilidad laboral (27% en 2017) y la obtención de un salario por debajo del mínimo (26% en 2017). Estos déficits se profundizan en contextos de inestabilidad y recesión económica.
Dadas las barreras que enfrentan los jóvenes en su trayectoria hacia un trabajo decente, el estado nacional implementa un conjunto de políticas públicas focalizadas en este grupo poblacional. Los programas más importantes, en términos de cobertura, dirigidos a jóvenes, son el programa Jóvenes con más y mejor trabajo y el PROGRESAR. Sin embargo, la tasa de cobertura estimada de ambos programas mostró una reducción significativa en los últimos años, en parte, como consecuencia de la falta de actualización de sus prestaciones en un contexto de inflación monetaria.
Las características actuales de la inserción laboral de los jóvenes y del tránsito entre educación y trabajo plantean, conforme se deduce de lo ya expuesto, algunos desafíos en el marco de la agenda 2030 de los Objetivos Desarrollo Sostenible (ODS). En particular, el aumento estimado para el empleo juvenil en función de los niveles esperados de crecimiento económico es demasiado modesto como para cumplir con las metas 8.6 y 8.b. Otro desafío en términos de igualdad de oportunidades de los adolescentes y jóvenes está relacionado con el acceso y la calidad de la educación, aspectos contemplados en el ODS 4. Esto se deduce, entre otros indicadores, de la proporción de jóvenes que presentaron, en las evaluaciones de 2016, un desempeño por debajo del nivel básico en Matemática (41%) y Lengua (23%).
Estos resultados plantean interrogantes respecto de cómo deberá ser la protección laboral y social para los empleos del futuro. Parece necesario que las políticas públicas –y, en particular, las relacionadas con la formación profesional– deban preparar a los jóvenes para un nuevo escenario (OIT, 2017c). Asimismo, el progresivo desarrollo de las instituciones laborales en Argentina, si bien aún incompleto y perfectible, abre la posibilidad a nuevas oportunidades para mejorar la complementariedad entre las políticas públicas y la inversión privada y pública en vistas a favorecer trayectorias hacia un trabajo decente entre los jóvenes.
Nota: Los resultados presentados en este artículo provienen de Bertranou, F., Jiménez, M. y Jiménez, M. (2017). Trayectorias hacia la formalización y el trabajo decente de los jóvenes. Oportunidades y desafíos en el marco de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
