Nuevo siglo, viejas disparidades (que se van cerrando, lentamente)
En la década del 2000 cuatro mujeres fueron elegidas presidentas de países latinoamericanos, en la década previa fueron tres. De manera similar los legislativos han mostrado un incremento de presencia femenina. El porcentaje de mujeres en las cámaras bajas o congresos unicamerales era de 10% en la década del noventa. Hoy en día esta presencia femenina alcanza 21% en los países que establecieron cuotas de participación femenina y 13% en los que no. El sector corporativo también viene pasando por un proceso similar. Hoy ya podemos ver que gigantes de las emergentes empresas translatinas, como por ejemplo Petrobras, son liderados por una mujer. Las mujeres han ganado espacios y visibilidad en diferentes áreas, aunque a paso lento.
Los mercados de trabajo también han mejorado (lentamente) para las mujeres, sin embargo aún hay disparidades muy marcadas. En el libro “New Century, Old Disparities. Gender and Ethnic Earnings Gaps in Latin America and the Caribbean” reportamos que en promedio, según datos del 2007, un hombre gana por hora 17% más que una mujer con la misma edad y educación. Esta brecha salarial cayó entre cuatro y cinco puntos porcentuales en década y media. Durante el mismo periodo la tasa de participación laboral femenina se movió de 38% a 51%, mientras la de los hombres se mantuvo constante en 80%.
Uno de los cambios más importantes en las diferencias de género se ha dado, sin duda, en los sistemas educativos. La escolaridad de las mujeres ha aumentado de manera mucho más marcada que la de los hombres. Si hace cuatro décadas la escolaridad promedio de los hombres superaba a la de las mujeres (5,8 vs. 5 años de escolaridad promedio, respectivamente) hoy la situación se ha revertido y las mujeres en promedio han alcanzado alrededor de un tercio de año más que los hombres en los sistemas educativos (9,3 vs. 9,6 años de escolaridad promedio, respectivamente). Esto se refleja en los mercados de trabajo. Entre los hombres y mujeres cercanos a la edad de jubilación (entre 60 y 65 años de edad) la escolaridad promedio de los hombres supera a la de las mujeres (5,1 vs. 4,4). Entre los hombres y mujeres que inician sus carreras laborales (entre 25 y 30 años de edad) la situación ya se ha revertido (9,6 vs. 10,1). Venezuela, Nicaragua, Uruguay y República Dominicana son los países donde estas brechas de escolaridad a favor de las mujeres jóvenes son mayores (ellas tiene entre 0,9 y 1,2 años adicionales de escolaridad).
Las mujeres están estudiando más que los hombres pero esto aún no se refleja plenamente en mejores salarios. ¿Por qué? Aquí tres datos que pueden dar pistas. Primero, cuando además de considerar la misma edad y educación, se comparan los salarios de hombres y mujeres con la misma presencia de niños en el hogar, presencia de otro generador de ingresos en el hogar, zona (urbana o rural), tipo de empleo, sector, jornada laboral, condición de trabajo formal y tamaño de la empresa, la brecha salarial es aún más alta, 20% (en vez de 17%). De todas estas variables la que más explica el salto en brechas salariales es la de la jornada laboral (trabajo a tiempo parcial). Segundo, los segmentos de los mercados de trabajo en los que estas brechas salariales son más grandes son el autoempleo, el empleo en firmas pequeñas, el trabajo a tiempo parcial y los empleos informales (sin acceso a al seguridad social). Tercero, la participación laboral femenina es mucho más marcada en los segmentos flexibles de los mercados de trabajo. Así, por ejemplo, mientras una de cada cuatro mujeres trabaja a tiempo parcial, solo uno de cada diez hombres lo hace.
Las mujeres han ganado espacios en los mercados de trabajo, pero dadas sus responsabilidades en el hogar (que según parece vienen cambiando muy lentamente también), lo han hecho primordialmente en los segmentos flexibles de los mercados de trabajo. Esta participación en los segmentos flexibles viene a un costo, expresado en la forma de menores salarios.
Pero volvamos al tema de la educación extra de las mujeres. Las mujeres ahora aprueban más años de educación formal que los hombres pero, vale la pena tener en cuenta dos datos adicionales. Uno, lo hacen en ramas que difieren mucho de las que más optan los hombres. Datos de la UNESCO revelan que en 2008 más de 70% de los graduados de educación, salud y bienestar eran mujeres. En contraste, ellas constituyeron menos del 30% de los graduados de ingeniería, manufactura y construcción. Dos, los aprendizajes de los estudiantes aún muestran disparidades de género en favor de los hombres, especialmente en matemáticas. Las pruebas PISA, por ejemplo, ponen en evidencia que América Latina es la región en la que las diferencias de género en aprendizajes son las más marcadas del planeta.
Así, dentro de las opciones de política orientadas a reducir las disparidades en los mercados de trabajo, en el libro apuntamos a dos esferas externas a tales mercados: los hogares y los sistemas educativos. ¿Cómo trabajar sobre estos aspectos al interior de los hogares? Nivelar el “piso” para permitir una negociación menos desigual entre hombres y mujeres parece ser parte del camino a seguir. En tal sentido, buscar la igualdad de beneficios no salariales para hombres y mujeres puede resultar útil (licencias de maternidad-paternidad, guarderías infantiles, etc.). Claro está que esto no es suficiente. Es también necesario trabajar sobre la educación que reciben hombres y mujeres. ¿Cómo trabajar en la educación para disminuir las diferencias de género? Una pista importante tiene que ver con los estereotipos y la perpetuación de roles. Sin embargo, me temo que los economistas tenemos más preguntas que respuestas sobre este tema.
*Economista Líder de Investigación en Educación del Banco Interamericano de Desarrollo, basado en Bogotá, Colombia. Autor principal del libro New Century, Old Disparities. Gender and Ethnic Earnings Gaps in Latin America and the Caribbean, World Bank Publications. Washington, 2012. ISBN-10: 0821386867. En este vínculo se encuentra disponible el libro en pdf.
